Por SJ Campo Gutiérrez

En la República Dominicana, la burocracia se ha convertido en un obstáculo omnipresente que permea tanto al sector público como al privado, afectando la vida diaria de los ciudadanos.

Cualquier intento de obtener un documento oficial o realizar una gestión que podría mejorar la calidad de vida del solicitante se convierte en una prueba de resistencia física y emocional.

 Desde solicitar una cédula hasta obtener una licencia o gestionar trámites en algún gremio profesional, el proceso se vuelve extenuante, a menudo sin justificación racional.

La experiencia burocrática en el país recuerda la obra de Franz Kafka, El castillo, donde el protagonista, K., lucha infructuosamente por acceder a las autoridades de un castillo con un sistema impenetrable. Al igual que K., los dominicanos que buscan completar un proceso se enfrentan a un método que parece diseñado para frustrar sus intentos.

Las interminables colas, la falta de transparencia en los procesos y las respuestas vagas y contradictorias de los funcionarios generan un desgaste mental que mina la confianza en las instituciones. Lo que debería ser una herramienta para facilitar la vida de los ciudadanos se convierte en un castillo inaccesible.

Pero esta problemática no se limita solo al sector público. Los gremios profesionales, que en teoría deberían proteger y facilitar el ejercicio de sus miembros, también caen en la trampa de la burocracia.

Médicos, abogados, periodistas e ingenieros, entre otros, encuentran obstáculos similares al tratar con sus propios colegios y asociaciones. En estas agrupaciones el solicitante suele recibir la llamada de un dirigente que le dice “ya todo está resuelto”.  Y cuando aquel vuelve a la oficina, la secretaria le dice: “Aún faltan algunas cosas por resolver”.

Un claro ejemplo de esta situación crítica se encuentra en el cine con la película “La muerte de un burócrata” del director cubano Tomás Gutiérrez Alea. En esta tragicomedia, se narra la odisea de un hombre que lucha por enterrar dignamente a un familiar, solo para verse atrapado en un laberinto burocrático absurdo que roza el surrealismo.

La ironía, el absurdo y la frustración de los personajes reflejan la realidad de quienes enfrentan la burocracia dominicana, donde incluso el acto más sencillo puede desencadenar un proceso kafkiano.

Claro, en los cubículos de la burocracia se mezcla cinismo con ironía, se cae en el absurdo y se genera un caos tan formidable que parece perfecto.

Y si le agregamos una actitud ególatra, veremos que el funcionario te dice una cosa hoy; horas después, te dice otra. Luego desaparece y tú jamás sabrás de él. Es entonces que no estaría demás decir que nuestro minúsculo universo luce embrollado.

El impacto psicológico de estas gestiones sobre los solicitantes es innegable. Los altos niveles de estrés generados por el sistema burocrático pueden tener consecuencias graves para la salud física y mental de las personas, quienes ven sus vidas paralizadas o condicionadas por procesos interminables.

Desde enfermedades relacionadas con el estrés hasta cuadros de ansiedad, los ciudadanos pagan un alto precio por tratar de cumplir con los requisitos impositivos por un sistema que debería estar a su servicio.

Ante este panorama, es necesario repensar y reformar el sistema burocrático en la República Dominicana. El primer paso es reconocer que la tecnología ofrece una herramienta clave para agilizar y transparentar los procesos.

La digitalización de los trámites, la simplificación de requisitos y la formación constante de los funcionarios son medidas que no solo reducirían el estrés de los ciudadanos, sino que también aumentarían la eficiencia y confianza en las instituciones. Paradójicamente, se registran avances en el ámbito de la tecnología, pero la actitud de la burocracia no cambia.

En conclusión, la burocracia en República Dominicana no solo es una barrera para la eficiencia, sino una fuente de estrés innecesario para quienes se ven obligados a lidiar con ella. La obra de Kafka y la película de Gutiérrez Alea nos recuerdan que un sistema burocrático deshumanizado solo contribuye al sufrimiento de las personas.

 Es hora de que las instituciones dominicanas, tanto públicas como privadas, adopten un enfoque más humano y eficiente en la gestión de sus trámites, lo que evitaría mayores problemas en la calidad de vida del ciudadano.